Existen personas de corazón profundo y bueno que juran no odiar a nadie ni a nada. No es mi caso.
Yo paso por épocas en las que todo me molesta. Me molesta no saber si la ropa está todavía húmeda o solo fría, que el jamón york me lo corten grueso cuando digo fino y me molestan las pelotillas de un jersey que no tiene más de dos semanas.
Pero sobre todo ME MOLESTA LA PRIMAVERA. Procuro no pronunciar estas palabras ni en alto ni en público porque yo a la vida la quiero, y no me apetece que me sometan al ostracismo más cruel por una confesión de este calibre. La verdad es que me recordaba con más luz interior. ¿Seré una pobre amargada? Mientras resuelvo esta duda os puedo dar las claves de mi inquina hacia la primavera. Tres meses que me dan y me producen mucha pereza.
Comencemos por lo más obvio: LA LLEGADA DE MÁS HORAS DE LUZ. Perfecto, anochece más tarde, los días son más azules, el sol calienta un poquito más… Entonces que alguien me explique, y lo pido por compasión, por qué me entra un desánimo y un sueño que me muero. O sea, durante el invierno, cuando a las cinco de la tarde ya es de noche, estoy como para practicar un triatlón; mientras que ahora que las mariposas pululan entre los hierbajos y los árboles lucen coloridos, yo solo quiero meterme en cama y no abrirle ni al cartero. ¿Necesitaré un exorcismo? Porque con tal de que se acabe esta tortura estoy dispuesta a todo.
De hecho, me he informado, y parece ser que existe un trastorno llamado astenia primaveral que provoca cansancio, somnolencia, ganas de escuchar las baladas de Scorpions en modo repeat, irritación y tristeza. Estupendo, le he puesto nombre pero no solución, así que aquí sigo sintiéndome como un pequeño pajarillo herido y somnoliento.
El tema tiene bemoles: cuando por fin sales de tu osera invernal, ¿de lo que tienes ganas es de volver a meterte en ella?. Me lo cuentan y no me lo creo. Lo cierto es que me voy quedando dormida en el bus, en la sala de espera del médico y cada vez que me siento en el sofá. Después llego a cama e, indudablemente, tengo cuerda como para leerme las dos partes del Quijote sin pestañear. Qué vida más rara e injusta.
Aunque para raro, EL CLIMA QUE HAY QUE PADECER ESTOS MESES. Sigue este alocado patrón: por las mañanas estás en Siberia, al mediodía toca Córdoba, por la tarde soportas el granizo de Escocia y por la noche pasamos a Finlandia. Y esto todo sin moverte de tu pueblo, solo poniéndolo en práctica de la siguiente manera: te levantas temprano con ropa medio invernal porque afuera hace rasca. Sales de trabajar al mediodía, te quitas el abrigo y lo llevas en el brazo; así, mucho mejor. Vas cuesta arriba en manga corta y empiezas a sudar, pasas por una calle a la sombra y te llega una corriente polar maléfica; a ponerse el abrigo otra vez. Pasas por otra calle en la que el sol da de pleno y el termómetro marca 25 grados, te vuelves a sacar el abrigo y el buen humor ya de paso. Coges el bus, el conductor ha puesto el aire acondicionado y allí dentro hay 11 grados. Te pones de nuevo el abrigo, no sin esfuerzo. Intentas agarrarte a la barra a la vez que sujetas la mochila entre los muslos y le das un codazo a una ancianita mientras intentas acertar con el hueco por donde se mete el brazo. Y todo por culpa de la primavera.
Además, no sirve de nada conocer las previsiones metereológicas, ya que solo te informan de lo que va a ocurrir, pero no te dicen, por ejemplo, CÓMO SE MONTA UNA MALETA CUANDO VIAJAS EN ABRIL. Los porsiacasos se elevan a potencias insospechadas y si pretendes ir con maleta de cabina, sabes que tendrás que ponerte encima de los hombros el chubasquero + el abrigo de primavera + el abrigo de invierno + una bufanda para las noches. Al entrar en el avión, te piden también un análisis de ADN, puesto que con semejante facha no te reconocen por la foto del DNI.
Además, la primavera no va de cara y CREA FALSAS ILUSIONES. Sales un domingo por la tarde con una temperatura de 24 grados, te has sacado los calcetines para hacerte la moderna y te pides un helado de limón para combatir el calor. Todo es maravilloso… pero de repente… ¡plas! Te das cuenta de que no es verano, no estás de vacaciones y que al día siguiente es un lunes horrendo como otro cualquiera. Incluso te hace perder el tiempo. Después de cuatro días con máximas de 22 grados, decides cambiar el armario. Eso sí, una vez que has guardado los jerséis de invierno en unas cajas bajo la cama, viene un frente polar llamado Vicenta para dar por saco a todas tus ilusiones de ser ordenada por un día. Eso no se le hace a nadie y está muy feo por su parte. No entiendo por qué hay gente que sigue defendiendo la primavera.
Luego te dicen que eres protestona, que siempre estás de morros y que todo te molesta, pero en mi defensa diré que hay que ser dueño de una férrea alma ilusionada y alegre para saber disfrutar de la vida antes tantos inconvenientes. Os contaré cómo evoluciono, aunque no prometo nada.