Pero no el Goya de honor, que ese te lo dan cuando ya estás fiambre o a puntito de ello, cosa que es peor. Es más, ¡qué poca delicadeza la de los miembros de la Academia! Me los imagino en su reunión para tratar el asunto sobre quién será el afortunado en recibir el premio a toda una carrera.

Pongamos que escondemos un micrófono en la sede central:

“Me he enterado de que [ léase un nombre propio de estrella del celuloide español] sufre epilepsia catatónica tras varias décadas jugando al Tetris, y no creo que le quede mucho. ¿Le damos este año el Goya?”, “¡Ni hablar! Yo creo que [escojamos otro nombre emblemático] es mejor candidato, porque falleció el año pasado, justo el día en que a Cristiano Ronaldo se le salió un moquito de la nariz e, indiscutiblemente, el resto de noticias de la jornada pasaron a un segundo plano”.

“Normal”- dice uno-, no me compares a una estrella de fulgurante e inigualable aura, con un señor feo y con gafas hipermétropes, cuyas películas no las entendía ni él mismo”. “En ese caso -propone otro cerebrito-, lo más adecuado sería optar por alguien que siga vivo pero que tenga alguna tara que dé penita. Así, cuando suba al escenario, los índices de audiencia aumentarían, puesto que ya sabréis que hasta los documentales de La 2 tienen mejor share que nosotros”.

“¡Ah!, ¡ya lo tengo!”, “No me digas de nuevo que se lo entreguemos a Marisa Paredes, que ya se lo hemos dado”-interrumpe uno-. “Olvidaos de lo del Goya de honor. ¡Menuda ideaza acabo de tener! ¿Y si creamos una categoría para la mejor persona que sepa disimular en su vida real?”

[plas plas plas plas plas ::::::aplausos ininterrumpidos:::::::::]

“Pues en ese caso yo propongo a una bloguera llamada Mala de los Nervios. La chica es la mejor en el campo del disimulo . Una gozada verla fingir sin que se le note”. “No sé quién es esa tía -salta uno-. ¿Está buena?”, “No. Pero puede que nos dé audiencia porque es de las que se le va la pinza cuando habla, es patosa y siempre se cae por la calle”. “¡¡No se hable más!! Hala, busca a otras cuatro tías que escondan sus malestares y ya tenemos a las candidatas. Venga, vamos a tomar el vermú”.

Total, que he recibido una llamada para comunicarme que soy una de las finalistas de la categoría femenina a la “Mejor Interpretación Megafingida en la Vida Real”. ¡Ay…qué nervios, por favor!

Evidentemente, en mi vida pensé que esconder todas mis taras, descomposturas, malos rollos, complejos, penas varias, nervios, dolores en el pecho y una supina timidez; me iba a proporcionar esta grandiosa noticia.

Por supuesto, sobra decir que, como perito especializada en infravalorarme, incluso he subestimado injustamente mi facilidad para la actuación; pues he creado escenas, secuencias, actos y hasta obras enteras interpretadas con soberbia elegancia, máxima distinción y, lo más importante, con colosal eficacia.

De hecho, no tendría sentido alguno esforzarme en ser la nueva Meryl Streep simplemente porque sí. ¡No, no y no! Esto es arte, amigos: A-R-T-E. Con tu aprendizaje, tus primeras obras fallidas, tu progreso y tu etapa culmen.  De momento, al declive de mi carrera no he llegado. Lástima. Sería la única decadencia que celebraría en mi vida.

Y por cierto, no veáis la rabia que siento cuando le dan el Oscar a uno que acaba de hacer de un tipo discapacitado intelectual. ¡Pero si yo llevo toda mi vida malgastando mi inteligencia en disimular que no soy inteligente! Y no es esto un juego de palabras, es verdad de la buena. Palabra de Mala.

En el fondo, soy más feliz así. No podría irme a cama pensando que soy un coñazo total. Aunque, bien pensado, puede que sea una pelma de mucho cuidado igualmente. Ay…creo que sí. Es más, lo aseguro. No, lo confirmo.

¿Y cómo se dismula que se está dismulando? Mal asunto. Entrando en bucle en 3, 2, 1.

Esta noche no duermo, fijo.