Desde que vivimos con un móvil mejor integrado en nuestro organismo que la vesícula biliar, ha surgido la adicción a fotografiarlo todo. Cualquier cosa es susceptible de ser inmortalizada. Desde una misma en todas sus versiones (de boda, recién levantada, durante un posoperatorio, cocinando, haciendo abdominales, aprendiendo a bailar tango y tres millones más de cosas), hasta un zapato desparejado en medio de la acera o el peluquín mal ajustado de un señor en un día de viento. Hace unos años, las fotos consideradas curiosas eran imágenes poco comunes que te llenaban de orgullo cada vez que las sacabas a relucir, véase el salto deLEER MÁS