Existen las pastillas para la tos, para el dolor de cabeza, para el colesterol y para la hipertensión. Prosigamos: para el hierro bajo, para el sodio alto, para las alergias en primavera, para la diarrea o para la astricción. Continuemos: para ponerse moreno, para ser un tigre en la cama, para controlar la natalidad, para la cistitis y la mala circulación.
Y luego están las otras pastillas. Esas que en boca de nuestras abuelas se denominan “pastillas para los nervios”: frase de cuatro palabras apta para que las abuelas y media España designen a una amplia variedad de comprimidos cuyos principios activos intentar tratar distintas alteraciones, condiciones psicológicas o neurológicas del ser humano. Mucho bla bla bla, para que al final te digan que tomas pastillas para los nervios porque estás mala de los nervios. O puede ser que estés mala de los nervios, ergo te recetan pastillas para los ídem. No sé qué va antes.
Sea como fuere, yo misma me tomo alguna que otra “cosilla” -comienzan ya los eufemismos-, y debo reconocer que no sin reparos; puesto que al haberse disparado de tal manera su consumo, consecuentemente han aparecido estudios y estadísticas que constatan la facilidad actual tanto para prescribirlos como para ingerirlos. O, dicho de otro modo, la mayoría de los expertos aseguran que ha disminiuido la paciencia y voluntad para solucionarlo por nosotros mismos y/o con la ayuda de la psicoterapia, así que vamos que nos vamos con nuestras “medicinitas” -¡hola eufemismo!- más contentos que dios.
Encima yo, ejerciendo de protocientífica, me hago en mi casa unos cócteles la mar de majos con estas pastillitas, que ríete tú del Martini seco, agitado pero no revuelto de James Bond. Bua, eso es un calimocho al lado de las pociones que me curro buscando la receta que me traiga a esa Mala tranquila y cojonuda.
Sin embargo, os adelanto en primicia mundial, a lo grande y sobre alfombra roja que la versión mejorada de una misma no está en ningún laboratorio farmacéutico. ¡Lo sé porque la he buscado!
¡Anda que no habría atracado un banco para comprarme todas las cajas de la receta maestra! Además, si existiera una píldora específica para Mala, tendría que haber otras ocho mil millones más, una para cada habitante del planeta Tierra y, francamente, no lo veo.
Y aunque en teoría estoy dentro del grupito pastillero, que quede claro que me esfuerzo un huevo para ser una persona que te cagas, que intenta quererse y vivir en paz. A veces me sale mal y otras veces peor; pero a veces me sale algo tirando a aceptable, todo hay que decirlo.
Es que no es por dármelas de chulita, pero yo, tenacidad y compromiso a tope; sobre todo en aquello en lo que creo firmemente, como lo es la psicoterapia. Si bien, atención todo el mundo, que esto también tiene su truco. Mucha gente confunde al psicólogo con el zapatero, al que le dices: “Póngale unas suelas nuevas a estos zapatos, que están destrozados”. “Yo haré todo lo que pueda”, -te responde-, “pero usted deberá corregir también su forma de caminar”. Con lo que tiempo después, lamentablemente algunos clientes deciden:
a) No ir a recogerlos, ¡qué perdida de tiempo! Total, poco arreglo ME PUEDEN (ojo, tercera persona del plural: “ellos”. Echando balones fuera, que la culpa nunca es de uno) hacer en algo tan deteriorado.
b) Ir a recogerlos. No han quedado mal. El zapatero les recomienda que intenten caminar mejor, porque de lo contrario siempre estropearán todos los zapatos. Caso omiso. Su calzado siempre está hecho una pena, pero según ellos es por culpa del zapatero remendón que no hace bien su labor.
[PEDAZO DE METÁFORA INTENSA ME ACABO DE MARCAR. ¡TIEMBLA, PAULO COELHO!]
Bien es cierto que también existen otros seres cuyo fulgor centellea sobre todo el firmamento; unos seres que derrochan donaire dondequiera que vayan, seres como yo: carismáticos, magnéticos, interesados e involucrados al máximo con las indicaciones de su psicólogo, aunque este solo pueda ejercer su profesión durante las décimas de segundo en las que detengo mi discurso para poder respirar y continuar llenando sin problemas el habitáculo con mis usuales, pero inconfundiblemente representativos, sonidos agudos y chistes malos.
En resumidas cuentas, yo a mi pastillita pues le tengo ya un cariño, más que nada por eso del roce y de la costumbre. De hecho, por las noches siempre la llevo conmigo para cama, y yo, oye, eso no lo hago con cualquiera porque siempre he sido muy selectiva en este aspecto. Ahora sí, un día les diré “hasta luego cara huevo” y tan pancha que me quedo, ya que la pastillita te la puedes dejar olvidada en la mesa de la cocina o entre los forros de una maleta; pero lo que aprendes con tu psicólogo viaja siempre contigo, como todas las cosas de mucho valor.
“Psicoterapia, ¡que miedo!. No, yo no estoy loco. Esto es pasajero y culpa de mis numerosos archienemigos.
Soy un poco nervioso,eso sí; pero lo tengo controlado. Yo puedo, si quiero puedo. Soy un luchador y bla, bla, bla”
(Yo, antes de que la psicoterapia me salvara la vida).
Hola Juan!
Qué maravilla de textito has escrito! En tres líneas has resumido los que a mí me llevaría 600 páginas 🙂
Efectivamente, uno siempre cree quenson cositas normales, malas rachas, etc.; y no te das cuenta de que no tienes las herramientas que solo un profesional te puede ofrecer. Por eso me alegro un montón por ti.
Abrazoooo.