Ya no te puedes cachondear de nada

Ya no te puedes cachondear de nada

MalacachondeoSon tiempos inciertos para el humor y eso me entristece.

¿Qué está pasando ahí fuera? ¡Que alguien me lo explique pero ya!

Resulta que ahora todo es una ofensa y, no; no voy a ir por el camino facilón de “pues toda la vida se ha llamado así y no ha pasado nada”. Desde luego que no acudiré a ello para defender mi discurso porque, según mi opinión, la tradición jamás es un eximente de nada.

Es más, a mí las tradiciones me traen bastante por culo. Hala, ahí; comienzo arrasando. Continúo:

Las tradiciones son unas costumbres que las empieza o las dicta un fulano en los tiempos de maricastaña,  y se supone que todos tenemos que seguirlas porque….porque….porque…..

PORQUE SÍ. ¡¡Es que nadie sabe el porqué!! Las tradiciones son porque sí. Y a mí los “porque sí” no me van nada.

Consecuentemente, basarnos en ellas no es del todo recomendable para afirmar que actualmente todo es susceptible de ser una injuria, desde las creencias religiosas hasta la verdadera receta del mojito; tema, este último que puede abrir discusiones y herir las almas de los paladares más sibaritas.

Dicho esto, el problema nace en el momento en el que se  debate si el humor tiene límites o no. Ni yo lo tengo claro tampoco, que conste. Podría decir que sí, que tiene límites, pero ni remota idea de quién los establece ni en dónde empiezan y dónde acaban.  Asimismo, ¿qué criterio utilizamos para concluir que se han sobrepasado los límites? ¿El de la ofensa?  ¿Y quién dictamina eso, la ley? Y por otra parte, ¿qué persona o qué organismo es el idóneo para considerar si algo duele o no?

Según el día a día de este país, cualquier comentario o acto tiene un 99% de posibilidades de abrir una llaga en el pecho. Desde Peppa Pig, que va vestida de rojo y eso, por supuestísimo, predispone a los niños a la masonería y al Stalinismo, hasta los que se se sienten agraviados por no ponerle cebolla a la tortilla. Y es que ya está bien, toda su vida sufriendo acoso social porque les gusta a secas la patata mezclada con el huevo. No hay derecho, hombre.

No obstante, estos dos ejemplos serían los típicos a los que la voz ciudadana respondería con un “Mala, a ver, es que has puesto unos ejemplos megachorras. Mujer, ya todo el mundo sabe que se puede hacer un chiste con tortilla con o sin cebolla”. Cierto, parece que estamos dentro de los límites de lo correcto, ¿verdad?

El dilema llega cuando el objetivo de nuestra sorna está relacionado con creencias religiosas, la muerte o la enfermedad.

Pongámonos en situación. Hagamos una pequeña encuesta en la que consultemos qué asuntos pueden estar vetados como finalidad humorística. Yo, de hecho, sí que he planteado el tema  en varias ocasiones y en su mayoría responden que hay cosas intocables como el cáncer. De manera que concluyo que NO se puedo hacer chascarrillo alguno sobre enfermos de cáncer, si bien, podría hacerlo sobre otra enfermedad o defecto físico no tan serio, me cuentan.

Pero, atención, me pregunto qué es serio y qué no es tan serio, porque puede que citranito haya sufrido lo indecible por ser calvo, depresivo, gangoso, o desdentado. ¡No hablo siquiera de serlo todo al mismo tiempo! Aún así, el respetable considerará que nada de eso es tan grave como lo es bromear con el cáncer. Yo, sin embargo, mantengo que lo que sufre cada uno solo lo sabe uno mismo.

Todos tenemos penas y siempre nos van a molestar por una cosa u otra. Es decir, una está la mar de bien en su casa, sale a la jungla y ¡le dan por todos lados! O, viéndolo desde otra perspectiva, puede que estés en la vida real y eso sea todo.

Claro está que absolutamente todo puede ser el ingrediente principal de una burla: los gustos culturales, el aspecto físico, la incapacidad para realizar tal actividad o la forma en que concibes la vida. Con lo que no nos queda otra que bajar un poco la guardia y no tomarlo tan personalmente.

Eso sí, incluye ponerlo en práctica con las creencias religiosas.

En primer lugar, me da igual que la ofensa a un sentimiento religioso esté penado por la ley, y segundo, percibo que el respeto es únicamente unilateral. Los creyentes han de ser respetados, mientras que el hecho de increpar a los no-creyentes no está penado. Yo jamás me he reído de alguien que me dice que va todos los domingos a misa, ahora sí; he escuchado todo tipo de aberraciones en casos de amigas que no han bautizado cristianamente a sus hijos.

¿Y qué pasa si yo solo creo en el rock ‘n’ roll? ¿Y si lo que venero, admiro, lo que me calma en momentos de pena y lo que me da alegrías en la vida es un músico? ¿Mi creencia no ha de ser respetada también?

PUES SÍ. SÍ, SÍ Y SÍ.

Por otra parte, yo creo que el humor requiere dos cosas: una, el sarcasmo y la otra, la exageración. Y partiendo de esta premisa, mucha gente sabría distinguir lo que es el humor de lo que no. En cuanto a mí, no miento si digo que tiendo al humor negro e hiperbolizado; pero ponerlo en práctica cada día es más costoso.

¡No seamos un coñazo, porfiii!

2 comentarios

  1. Mala, genial!!! Estoy de acuerdo contigo totalmente.

    Como dice la canción “Corren tiempos perros…”

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