Todos nos reímos de todos. (Faltaba yo por dar mi opinión).

Todos nos reímos de todos. (Faltaba yo por dar mi opinión).

Ya que han opinado sobre el asunto desde filósofos hasta peluqueros, desde intérpretes de gestualidad facial hasta carpinteros, ginecólogas, fruteros y conductores de autobús; he pensado que por qué no yo. ¿Por qué no regalaros mi opinión sobre el tema estrella de este inicio de primavera?

Sí, es ese tema. Lo del bofetón de Will Smith en la gala de los Óscar.

En el fondo, una lástima. Con lo que me gusta el cine y menuda cuesta abajo sin límites que están tomando esos premios; cada vez más facilones, más convencionales y más cutres. Y esto último sí que me extraña, porque puedes culpar de todo a los americanos, pero nunca de no esmerarse en hacer fiestones a lo grande. Pues ni eso les está saliendo bien.

La historia no la voy a contar, porque aunque nadie haya visto la gala y ni idea de quién han premiado al mejor vestuario, sí que hemos visto trescientos millones de veces la imagen de Will Smith berreando desde la butaca y subiendo al escenario para arrearle un viaje al presentador. Esto da para mucho y no sé ni por dónde empezar. Tenemos aquí un tema turbio partiendo simplemente del hecho de que los medios han reproducido la imagen una y otra vez, y venga dale que te pego, mientras que unos muchachos de aquí ganaban el premio al mejor corto de animación. Pero lo que importa es el sopapo de uno que iba de ego hasta arriba.

Lo dicho, que ya sabemos todas y todos que el asunto es el siguiente: el presentador suelta un chiste cero original sobre la cabeza rapada de la mujer de Will Smith. Un chiste de principiante, de esos que suelta el tonto de la clase a todo aquel que se afeita el melón: “¡Juaaaas, juassss, te pareces a la teniente O’Neill!”. Como la broma está más vista que el tebeo, hasta te da vergüenza ajena; así que pasas del comentario. Sin embargo, Will Smith aprovechó la ocasión para marcar territorio, hacerse ver, defender el honor medieval.

Y aquí se abre de nuevo el debate de todo los días del año: ¿tiene límites el humor? En el caso de que sí los haya, ¿se ha de reaccionar así? ¿Los que insultan tienen que cobrar su merecido? ¿Broma e insulto es lo mismo?

Un lío. Aun así, desde mi maltrecha inteligencia, aunque estupenda capacidad observadora, sostengo que EL HUMOR NO TIENE LÍMITES MIENTRAS NO SE METAN CON LO TUYO.

Yo tengo clarísimo que todos nos reímos de todos. En grupito, en familia, con micrófono en mano o desde nuestros más íntimos pensamientos; pero todos hemos hecho gracias con el profesor bizco que no sabías si te regañaba a ti o a el de al lado, o nos ha dado una risa tonta cuando un señor de dos metros y bigotón nos habla con voz aflautada. ¡Qué crueldad, Mala! ¡A saber la tortura por la que ha pasado esa gente en la vida! No importa, ellos se habrán mofado de nuestro mal aliento o de nuestro culo gordo.

¿Entonces se puede bromear de todo? Imposible de responder. Porque el humor depende de muchos factores: del momento, del tono, de los gestos, del propósito; de muchas cosas. Si bien insisto, todo puede ser risible mientras no se metan contigo. Si no nos incumbe, siempre estamos dispuestos a poner la disculpa de la broma, de que existe el humor negro y demás, pero si se chotean de nuestro problema/complejo/trauma; uy, ahí sí que no. Entonces se podría decir que el humor es egoísta: jiji jaja mientras no te rías de lo mío.

Para muestra, el ejemplo de un compañero que tenía en mis clases de francés. Se reía de todo y se burlaba de todo el mundo. Hasta que otro tipo bromeó sobre su colega de trabajo y su psoriasis. ¡Madre del amor hermoso! ¡Qué tensión en el ambiente! Evidentemente, él sufría esta dolencia, y no tardó ni dos segundos en responder “Con eso no se hace chistes, no puedes reírte de las enfermedades de los demás”, y un largo discurso que dejaba al aire su doble rasero de medir los chistecitos.

De tal manera que, volviendo a lo de Will Smith, me parece que todo fue una salida del tiesto. Ahí nadie estuvo acertado, pero creo que estaría mucho mejor que hubieran mirado para otro lado, mostrando desapruebo, o mejor, indiferencia sobre un chiste sin gracia. Lo de partirme la camisa en honor de mi mujer ya no se lleva. Afortunadamente, no es época de retarse a duelo al amanecer por una damisela. De modo que por mucho que los hombres sigan creyendo que nos morimos de pasión cuando se dan mamporros por nosotras, yo, al menos, sentiría un bochorno descomunal. No me gustan los hombres que van dejando su rastro ni meando en troncos de árboles por mí.

Por otra parte, no sé a qué viene este hombre exigiendo tanta dignidad, cuando en su propio show cómico, esa serie que vimos todos llamada “El Príncipe de Bel Air”, su personaje no hacía más que insultar a su primo Carlton por su estatura, llamándolo enano o pigmeo. Lo mismo con su tío Phil, del que se reía de su calva, o los compañeros empollones del instituto, por ser eso, empollones. ¿Nadie se acuerda? Yo, sí. Y me hacía gracia, por cierto.

En el fondo, todo forma parte del tipo de espectáculo que les encanta a los americanos: metedura de pata + intervención de Denzel Washington culpando al demonio (¿?) + arrepentimiento posterior con lágrimas + renuncia/expulsión de la academia + actual tratamiento antiviolencia (lo que les gusta a los americanos estas cosas) que desembocará todo ello en el veto a que vuelva a ejercer su profesión. Pero dentro de unos años, amigas y amigos, y esto sí que es lo que más gusta por aquellos lares, tendremos el resurgir del Ave Fénix, con su siguiente Óscar, sus lágrimas, su dedicatoria a Jesucristo y a su difunta madre.

Esta historia ya la hemos visto unas cuantas veces, ¿verdad? Pues entonces nada del otro mundo, y esperando estoy a la próxima.

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